miércoles, 5 de agosto de 2009

Penélopes

Habíamos dejado a la protagonista silenciosa tejiendo. Le habían dicho que Ulises, el héroe de puertas para afuera, no volvería. Por última vez deshizo la colcha y comenzó a tejerla de nuevo. En dos días volvía a estar hecha. En el centro se veía un barco sobre olas gigantescas y al timón, su marido. Sin embargo, ese no era al que ella llevaba años esperando. Su Ulises no era el rudo guerrero, el hosco jefe, el insensible líder,... Su Ulises era espasmo cómplice, el aliento más húmedo, el abrazo único,... Su Ulises era solo suyo y durante las cien noches previas a su partida, se prometieron la eternidad. Él le hizo un collar de besos para que no le olvidara, ella le impregnó su olor de pies a cabeza... Y así, uno y otra se soltaron las manos, lentamente sus palmas se deslizaron hasta llegar a los dedos y cuando solo les unían las yemas, lo supieron: nunca más se verían y nunca dejarían de verse,... Así fue su despedida.
Los besos de Ulises, en collar de cuatro vueltas, cobraban vida las noches de luna llena. Eran miles, y todos lamían a la vez, acariciaban a la vez, mordían, chupaban, soplaban,...
El alba posterior solía descubrir a Penélope de ojos abiertos. Aquel día en cambio ella se había adelantado. Con los primeros rayos de luz besó la frente de su hijo y salió de casa. Abrazaba la colcha de esperanza y la llevó hasta el acantilado marino. Tenía impregnado su olor que quedó suspendido en el aire cuando la lanzó al mar. Después, solo hubo que soplar,... El efecto fue inmediato: mil besos más crecieron en el collar de Penélope. Mil flores nuevas nacieron con su aroma...
Ulises cierra los ojos, respira profundamente y cuando nadie le ve, sonríe.

1 comentario:

  1. Mina, tu blog es un campo minado. Es fácil estallar o perder una pierna. Donde otros emplean zumo de limón o tinta china tú eliges a Gutenberg. Sueltas verdades como puñales envueltas en tweed que se enroscan como peces recién pescados, añun con vida fuera del medio natural de tus entrañas. Te miro y te admiro, te leo y veo, te escucho y dices mucho, y allá donde otros echamos el ancla tú cortas el viento, porque has sabido trascender los envoltorios. Mis respetos, rodilla a tierra. Que te sigan alegrando los parpadeos de la vida y sigas distinguiendo la falsedad en los guiños.

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