sábado, 30 de enero de 2010

Cenicienta in red

Debía darse prisa. Su madrastra y las dos medio hermanas-medio brujas llegarían enseguida.

Había pasado la mañana escribiendo cuentos de príncipes y princesas y no había fregado la escalera. Si se daban cuenta, volverían a encerrarla en los establos y no podía soportar el nauseabundo olor de aquellas caballerizas.

Empuñó la fregona (que ya estaba más que inventada) con fuerza y al tercer escalón, el palo se partió en dos. Ella no tenía un minuto que perder así que siguió fregando con el palo cercenado, pero tal era el miedo al castigo que no pudo dejar de llorar mientras lo hacía. El palo, de madera, había dejado astillas afiladas pero nuestra Cenicienta no se dejó amedrentar y siguió, escalón a escalón, arrastrando frenética el mocho. Eran más de cien los peldaños de aquella endiablada escalera. El ruido del mocho, el cubo y sus lágrimas le impidieron notar el dolor de sus muñecas, llenas de cortes y sangre.

Cuando la madrastra y sus hijas llegaron, encontraron el cuerpo de Cenicienta a los pies de la gran escalinata, y quedaron maravilladas al ver la escena. Los cien escalones brillaban con un color rojo intenso y la muchacha yacía a los pies de la escalera, rodeada de un halo rosáceo, como si fuera una princesa. Estaba tan bella en su desmayo que las tres arpías no pudieron ahogar sus gritos de rabia.

Alarmados por el estruendo llegaron al lugar el ama de llaves, la cocinera y un enviado del Príncipe azul, que al ver el destello rosado decidió avisar a su amo de que una verdadera princesa, por fin había "caído" en el Reino.

A veces, los cuentos de hadas vienen envueltos en sangre, sudor y lágrimas.

Bien lo sabe Cenicienta, que ha jurado volver a fregar de rodillas y dejarse de inventos modernos,... (por si el Príncipe le vuelve a salir rana)

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