lunes, 20 de febrero de 2012

Manifestación sin fin

Los chavales querían salir a la calle, gritar a los cuatro vientos su desazón. Eran quince o veinte los que se citaron a las ocho de la tarde. A las nueve, ya eran cientos. Hacía frío y los cánticos y arengas no les ayudaban a entrar en calor. Sin pretenderlo empezaron a moverse en el sitio. Después, hacia delante. Su fuga fue lenta pero implacable. Su reivindicación desbordó aceras y calzadas. La polícía no sabía qué hacer. Cortaba el tráfico de las calles perpendiculares, abría paso a la masa de jóvenes. Los periodistas corrían y caminaban hacia atrás para hacer las mejores fotos de esta mole de adolescentes. Buscaban el gesto genuino, el eslogan perfecto,...  A las nueve y media habían llegado al centro de la ciudad y no se pararon. A las diez, les vieron cruzando el puente sobre el gran río. Y no se pararon. Les vieron por última vez más allá de los límites de la ciudad. Un señor que se había perdido dijo que le indicaron el camino. Ha contado que iban en busca de un  lugar mejor, donde ya no tengan que salir a las calles a gritar cada día. En la ciudad solo hay viejos ahora. Viejos mudos. Se han quedado sin sus historias de juventud. Ahora ya no le sirven a nadie.

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