martes, 10 de abril de 2012

Erratas por compasión

Estamos rodeados de ellas.
Doy fe.
Se cuelan entre letras, en párrafos mil veces repasados. Nos juegan malas pasadas, pero que muy malas. ¡Si yo os contara! Son una fobia, son una obsesión...
Pero después de tantos años de convivir, de cohabitar, ¡vaya!
¿Sabeis qué?
He descubierto que son muy necesarias. Hasta debería recomendarlas el médico...
Unas erratas a tiempo, nos hacen pedir perdón, rectificar, mejorar, estar más atentos, escuchar comentarios de otros, aceptarlos y ser más humildes.
Una errata bien plantada, le baja a uno/a los humos y de los tacones de aguja. Nos situa a ras de crítica, nos despoja de vestiduras y así, al aire, nos enfrenta al resto de los mortales.

¡Ay del que dice no cometer erratas!... y peor aún, ¡ay del que no las reconozca ni les ponga remedio!

Las erratas estarán ahí, esperando su momento para atraparle. Y entonces, no será una letra bailada o una coma desubicada, no. Entonces será... ¡la gran errata, la madre de todas las errata, la errata finiquita, esa que en la profesión todo te lo quita!