domingo, 8 de abril de 2012

Paseante dominical (Amores inciensos III y final)

Amores inciensos (III y final)

De la chica no quedó rastro. Dentro del templo las lamentaciones y lágrimas de los cofrades se unieron a mi decepción. De la chica, no había rastro, como si se la hubiera tragado la lluvia. Tendría que esperar al domingo. La última procesión. La última oportunidad para verla. Mis rezos debieron hacer efecto porque el domingo amaneció con un cielo soleado, sin nubes, con algo de viento, pero... ¡nada de lluvia! Ni desayuné. Salí a toda prisa al templo, no habría más de cinco cofrades cuando llegué. Cogí un buen banco y no quité ojo a la puerta. Una tras otra, todo tipo de mujeres comenzaron a desfilar ante mí. Yo las miraba fíjamente, buscando el secreto de esos ojos color coca cola. Más de cincuenta habían pasado ya y mi cenicienta no estaba. Las campanas de la iglesia marcaron las 12. Hora de cubrirse y salir a las calles. A unas calles dónde no estaría ella, y yo seguiría muerto. Busqué mi sitio en la formación. Fila 13, junto al hueco vacío de su prima Beatriz , heredado por la misteriosa sustituta. Con el primer grito, salimos a la calle. Aplausos y vítores nos acompañaban. Comenzaron  los redobles. ¡Siento llegar tarde! dijo alguien desde mi flanco izquierdo. Creo que el corazón a punto estuvo de salirme del pecho, traspasar el hábito y volar hacia ella. ¡Llegas  a tiempo!, le grité. Creo que sonrió pero debajo del capirote nunca se sabe. Pasamos tres horas uno al lado del otro. Ella, simulando los toques de tambor pero llevando el paso divinamente. Yo, sin dejar de mirarla de reojo, sin dar una con el tambor, esperando un tiempo de silencio para lanzarme con la pregunta... ¿Cómo te llamas? ¿Te quieres casar conmigo? Sí, estaba perdiendo el juicio. Por fin regresamos a la iglesia. Por fin llegaba el momento, mi momento. La seguí como gato a ratón. No perdí sus manos de vista mientras se quitaba el capirote. Lenta, misteriosamente. Allí estaba su sonrisa, luminosa. Una nariz con mucha personalidad. Y sus ojos, esos ojos que sin gafas parecían los de su prima Beatriz. ¿Beatriz? ¿Eres tú?.. Ella, sin dejar de sonreír asintió con la cabeza.. Y me dió la puntilla, ¿así que sin gafas no me reconoces, eh?... Me dejó sin palabras... Pero, ella, o tú, o quién fuera, me dijo que tenías alergia y venía en tu lugar... Una risotada me acabó de dar la respuesta. Beatriz, recientemente operada de miopía, con las pupilas dilatadas, salió en procesión, esta vez con zapato plano y dispuesta a tomarme el pelo... Sí, me lo tomó y bien, pero lo cierto es que sin gafas parece otra,...

PD: Por fin es domingo de Resurrección. ¡Hasta el año que viene, cofrades!

1 comentario:

  1. Acabo de descubrir tus relatos y presumo que repetiré la visita porque esto tiene muy buena pinta...

    Gracias a tu visita a mi modesta bitácora, TERUELANDIA, me has abierto las puertas a tu espacio.

    Un bello y ameno descubrimiento

    Te enlazo, Eva.

    Un abrazo

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