lunes, 29 de octubre de 2012

#Cuentocontigo. Abdul

Abdul tendrá unos veinte años y vive en el césped de mi urbanización. No sé si se llama así, ni su edad real, pero sí, que me ha dejado impresionada ver cómo se aseaba a las tres de la tarde, mientras todos mirábamos hacia otro lado, con prisa por llegar a mesa puesta.

Me ha parecido que al caer el sol había un bulto de ropas en el mismo lugar. Seguramente va a dormir ahí, y mañana le vuelva a ver, guardando todo en un pequeño fardo y mirando asustado a los dueños de los perros que bajan bien temprano a pasear por el parque.

Me gustaría acercarme y contarle un cuento. Uno en el que las personas felices comen todos los días, tienen un techo y una cama, una ducha y ropa limpia. Érase una vez Abdul, le diría, y el miraría con sus ojos grandes... Érase Abdul de vuelta a casa, con regalos y dinero para montar un taller de ebanistería en su pueblo, ese del que salió a escondidas, dejando a una madre desconsolada y muchos hermanos hambrientos. Pero en este cuento él tendría un fantástico taller del que saldrían hermosas jirafas, y frondosas palmeras, sillas, mesas, camas y bastones. Abdul tallaría con calma, bajo su porche frente al océano y su madre le miraría embelesada, y le preguntaría qué quería que cocinara ese día para él, tal vez, porque ese día era su cumpleaños. Y otros vecinos irían a comprarle sus obras, y a tomar un té y a charlar del tiempo, de las nubes, de sus hermosas jirafas. Y se oiría a niños correr y reír y a sus madres y a sus abuelas...

Me gustaría contarle este cuento a Abdul, pero algo me paraliza, y sigo nueve pisos por encima, pensando en cualquier tontería, para no decirle a ese muchacho que no es invisible, que le veo cada día, que todos le vemos ahí en ese reducto de césped y excrementos de perro doméstico.