lunes, 15 de octubre de 2012

#Cuentocontigo: El detective de impares


El primer impar de la colección fue un zapato infantil, blanco, de verano. Lo limpió bien. Y puso en la suela la fecha y el lugar donde lo encontró. Parque de la Almozara. Diciembre 1994. Después llegaron piezas difíciles de guardar con disimulo en su pequeña habitación. Debajo de la cama no hubieran tardado en ser  presa de la aspiradora de su madre y enviados a la basura. Así que tenía que camuflarlos en los rincones del cuarto más insospechados. El pequeño zapato blanco, y otros de dimensiones similares -sandalias, deportivas, y una babucha- detrás de la enciclopedia 'Maravillas del saber', en el último estante del armario. Ahí su madre no llegaba ni con el plumero. La bota del gigantón, y su único zapato de tacón, sobre el armario. La alpargarta de baturro, detrás de los cajones de la mesilla, y también una chancla de aquellas de rayas blancas y azules, y un mocasín de señora de pie derecho, desgastado  en el lado izquierdo. De cada 'impar' había inventado una historia. El hilo argumental era tan distinto como cada una de las piezas. Todos sus dueños y dueñas tenían también un nombre imaginario. El mocasín por ejemplo, era Benita. Una limpiadora de casas ajenas, con escaso sueldo. Si perdía el autobús de vuelta, tendría que dormir en la calle, así que al verlo en la parada con el intermitente de salida, Benita corrió y corrió y sí, perdió el mocasín, pero no el sueño...  


El stiletto era Lulú. Volvía cansada de tanto bailar y decidió ir descalza, con los zapatos en la mano, pero al coger la llave para abrir el portal no se dio cuenta de que uno de sus zapatos se quedó en la acera, a merced de cinéfilos bebedores de champán y príncipes sin Cenicienta... Cada zapato perdido era una incógnita sin resolver. Por las noches, cuando su madre dormía, solía sacarlos de sus escondites y colocarlos sobre la alfombra del dormitorio. Unos días, ordenados por tamaños. Otros, por fecha de captura. Y otros, como si estuvieran en un baile. Fue en uno de esos bailes, en un intercambio de parejas, cuando prometió dedicar su vida a encontrar los pares que faltaban... Pondría carteles en los parques, anuncios en los periódicos y en las zapaterías, iría a los rastrillos, y hasta el fin del mundo si hubiera zapatos... Y entonces Lulú se haría real y seguirían bailando cada noche sobre su alfombra mágica. (Sin que su madre les oyera, claro)