lunes, 14 de enero de 2013

#Cuentocontigo:Clases particulares

A Raúl siempre le lloraban los ojos, pero no estaba triste. En clase todos se burlaban de él, menos yo. Me parecía que alguien con el don de llorar y hacer problemas de matemáticas a la vez, era un ser de otro planeta. 

Era muy bueno con matemáticas Raúl, sin embargo, siempre sacaba malas notas en lengua y literatura. Sus dictados eran ilegibles y la profesora, Doña Inés, no podía corregirlos. Era por las lágrimas. Sus grandes gotas saladas siempre echaban a perder el texto. El papel se llenaba de agujeros y Raúl estaba convencido de que las palabras se escapaban por ahí. Yo también lo pensaba. Eso y que Raúl podía ayudarme con las fracciones y yo le echaría una mano con su fuga de palabras. 

Cerramos el trato con un apretón de manos y un mar de lágrimas. Esa tarde empezarían nuestras clases particulares. Comenzó él. Vino cargado de tartas Las había de moras, de queso, de chocolate y de limón. De distintos tamaños, divididas en muchos trozos. Dijo que así aprendería a sumar y restar quebrados. Y acertó. Llegó después mi turno. Le regalé mi bolígrafo especial y le propuse escribir los dictados con el cuaderno apoyado en la pared. ¡Increíble! Un dictado perfecto. Desde entonces, su cuaderno es como un sábana secándose al sol bordada de palabras. Y yo he aprendido mucho de fracciones, y también de tartas y bizcochos.