domingo, 22 de febrero de 2015

Paseante dominical (Cuenta la leyenda...)

Todavía Teruel trata de reponerse de la triste historia de sus Amantes. Leyenda de amores imposibles y verdaderos que coincide con dramas semejantes a lo largo y ancho de Europa. Isabeles y Diegos, Romeos y Julietas y otros menos conocidos como los Amantes de Montalbán (Aldonza y Berenguer) que no pueden huir de su maldición. Pero precisamente su fatalidad les ha hecho eternos. Europa llora los amores que se rompieron antes de tiempo, amores que murieron limpios, sin lados oscuros, sin cicatrices ni pasado... Y ante esta gran muestra de amor paneuropeo siempre me pregunto que habría pasado si nada hubiera impedido a estas parejas continuar unidas.


¿Recordaría alguien a los ancianos Diego e Isabel, casados desde hace 70 años, que pasan sus últimos días en la Residencia, mientras su prole de hijos y nietos intenta llegar a fin de mes y apenas acude a visitarlos? 

Sería un amor sin mayúsculas. Seguramente, Isabel ya desdentada y con una talla 56, cuida de Diego, que a pesar de lo recomendado por el médico, no deja de fumar a escondidas y tomarse su carajillo en el bar con los amigos. De su escasa pensión Isabel no ahorra nada. Todo para que a su familia no le falte un plato caliente, o a los chiquillos dinero para sus cosas. Ella ni siquiera recuerda la última vez que fue a la peluquería.

Diego añora sus tiempos mozos. Montar en su caballo y sentirse libre en mitad del mundo conocido. Por las noches, en su habitación de camas separadas ni Diego ni Isabel pueden ya conciliar el sueño más de tres horas seguidas. Diego tose y acusa a Isabel de soltar algún que otro ronquido, pero después de las quejas uno de los dos siempre recuerda el día en el que el destino les volvió a reunir y juntos huyeron de convencionalismos y 'bienquedares' sociales para vivir su vida juntos "con una mano delante y otra detrás"... 

No le dan importancia a los días muy malos, esos en los que ella le amenazó con dejarle y llevarse a sus primeros tres hijos. Diego con los años dejó de mirar a otras mujeres más jóvenes y de repente, su cara y sus manos eran las de un viejo.

Estos dos amantes de la tercera edad no habrían reunido a miles de personas entorno a su leyenda un fin de semana de febrero en la capital turolense, pero quiero pensar que existen y son los representantes del amor eterno, el que a veces tose, ronca, el que ha cogido unos kilos y ha perdido su reluciente cabellera y buena parte de la dentadura.