No hay medidores para comprobar si las ciudades están taquicárdicas un día o medio dormidas otro. A cambio, un millón de relojes marcan, cada uno a su ritmo, los tiempos de la urbe. Quienes como yo prescinden del reloj de muñeca, encontrarán muy prácticos los integrados en parquímetros, móviles o el sonido de las horarias en las emisoras de radio... pero, mientras tanto... aletargados unos, y cuasi inadvertidos otros, existen unos cuantos relojes que nos miran silenciosos y dignos. Estos dos son mis favoritos.
Este, al entrar en la calle Costa es medio planta, medio máquina. Y muy cerca, en el edificio de UGT y la Seguridad Social, ¿alguien se ha parado unos segundos a contemplar el reloj que remata la torre?... tic, tac,...
Aquí hablo de libros y comparto mis cuentos. Para hablar un rato sin mover los labios
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