Cuando era pequeña mi madre estaba empeñada en comprarme cuadernillos para aprender a dibujar. Había cuadernillos casi para todo: caligrafía, sumas, restas, multiplicaciones y divisiones, repaso para el verano, marquetería, labores del hogar,... Casi todo, salvo para aprender a dibujar. El otro día, matando el rato en un quiosco de la ciudad, los encontré. Y a punto estuve de comprarme uno para llevárselo orgullosa a mi madre. Lo hojeé con interés, pensando si de haber existido hace 30 años mi vida habría sido otra. Un señor que andaba tan aburrido como yo me vio y no dudó en aconsejarme a viva voz que esos cuadernillos eran un fraude, que o se nace dibujante o no se nace. Le miré asintiendo y le pregunté a qué se dedicaba en la vida. Soy vendedor de seguros en paro, me dijo, pero podría haber sido un gran dibujante. Nunca es tarde, señor. Ni pronto, hija, ni pronto. Y ahí me dejó, con aquel cuadernillo para futuros Picasso, y pensando si alguna vez necesitaría un seguro,...
Si en lugar de esos cuadernillos, ese señor hubiera sido más de aquellos "blocs de anillas" con los que abandonarse al dibujo libre, otro nota hubiera salido. O no. De todos modos, le alegraría saber que puede compatibilzar la venta de seguros con el dibujo: si me dibuja un monigote en las condiciones generales me hago un seguro de salúd.
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