Sin despertadores, suelo ser la última. Todos se levantan antes. Yo parece ser que tengo un extraño don que me obliga a dormir siempre un poco más. Pero hoy ha sido al revés. Llevo un par de horas de puntillas, esperando que el resto de mi mundo revolotee a mi alrededor. En silencio. Paseando sigilosa de arriba abajo, ¡con la tentación enorme de abrir dormitorios y subir persianas! Me contengo, y mientras sigo mirando techos y paredes, ni un buen libro me calma. Extraña necesidad la de querer que todo esté de ojos abiertos. Contaré hasta 100 y no respondo...
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