lunes, 25 de marzo de 2013

#Cuentocontigo. Aquella canción

Solo escuchó la canción una vez, y supo que la bailaría con alguien especial. Aquella canción que solo sonó una vez seguía girando en su cabeza semanas después. La tarareaba a diario, ensayaba el baile sobre su cama, la tenía dentro de su cabeza. Solo una vez se atrevió a confesar el secreto de su canción y todos se rieron de ella, así que no volvió a intentarlo. Aquella canción era solo suya y del eterno amor que un día tendría que llegar. El ansiado amor no llegó el día de su octavo cumpleaños. Tampoco en el noveno ni el décimo. Cuando cumplió los quince dudaba de la magia de la melodía y se negó a tararearla... pero la música seguía ahí dentro. 

Con dieciocho probó a desmitificar el asunto y trató de averiguar el título y autor de esa tonada que llevaba más de una década tatuada en su mente, pero la empresa no era tan fácil. Recorrió todas las tiendas de música de la ciudad, tarareando una y otra vez la sintonía, sin que nadie atinara a conocerla. Buscar al autor de su canción llegó a convertirse en su principal actividad y cuando tenía tiempo libre cogía el coche y ponía rumbo a pueblos y ciudades donde pudieran ayudarla pero nada de nada. Ni en tiendas, ni en asociaciones de bailes de salón, ni en la radio,... Cuatro años después, cansada de buscar, decidió olvidarlo todo, la canción y al príncipe azul inesperado. 

El día que cumplió veintitrés años estaba con sus amigos de viaje, en un pequeño pueblo de la sierra. Había verbena y todos se divertían en la plaza, ¡hasta la orquesta le dedicó el cumpleaños feliz!  A los muchachos del pueblo su presencia no les resultó indiferente, uno por uno la invitaron a bailar y le arrearon un par de besos como felicitación. Dijo a todos que no, con las excusas más variopintas hasta que descubrió que en la plaza había un chico que no se había acercado a ella. Parecía despistado, pensando en sus cosas. Decidió abordarle, más por divertimento que por interés y le tendió la mano cuando sonaba una lenta. El chico le dijo que no sabía bailar, pero ella no cedió hasta que los dos se colocaron en el centro de la plaza. 

-Tú sígueme, ya verás, es fácil. 

La mano de él apretaba su cintura y ella se dejó colgar de su cuello. La música sonó y ya no era tan desconocida. Ella comenzó a tararearla y él la  miró a los ojos. 

-¿Nos habíamos visto antes? preguntó él... 

-Yo llevo buscándote mucho tiempo... 

Al Bowlly. Guilty