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viernes, 27 de marzo de 2020

#Cuarentecuento: Bote de garbanzos


#Confinamiento1
Ana. Soltera. 32 años. Sin gato ni perro. Sin relación sentimental estable (ni inestable). Amigos virtuales, unos cuantos; de carne y hueso, uno en la otra punta del mundo. Definida como "workaholic" en inglés; en español, adicta al trabajo. Trabaja desde casa (antes del Estado de Alarma, también). Una vez etiquetada la personalidad de Ana, os cuento que en estos días de confinamiento ha decidido aprovisionarse y llenar su... le llama despensa, pero solo es la parte de abajo de un armario de cocina. Lo habitual en su "despensa" es encontrar un par de sopas de sobre (caducadas), alguna lata exótica, y con exótica nos referimos a leche de coco, o fabada asturiana light (no se distingue bien la fecha recomendada de consumo) y medio saquete de sal mal cerrado. Ana, ha decidido ser responsable y dar a ese pequeño reducto de su cocina la dimensión de almacén de productos de primera necesidad que el confinamiento merece. 

lunes, 11 de enero de 2016

#Cuentocontigo: Cogidos de la mano


Aquella era la primera vez que soltaba su mano.
Fue un instante.
Él la soltó y buscó en el bolsillo del abrigo.
Rozó la pequeña caja con los dedos.
Dentro estaba el anillo.
Era una esmeralda, del color de sus ojos.
¡Qué bella estaba ese día!
Recuerda su larga melena despeinada en aquel día de invierno.
¡Y sus ojos!.. aquellos preciosos ojos verdes.
Ella reclamó de nuevo su mano.
¡Nunca antes la había soltado!
Él se arrodilló y a ella se la llevó el viento...

sábado, 20 de septiembre de 2014

#Cuentocontigo: Besos, muchos besos

Para Carmen 



¿Y quién va a creer esta historia? Mi abuela no sabía leer ni escribir, ni falta que le hizo. Durante años mantuvo correspondencia con mi abuelo, exiliado nómada, sin que ni una sola de aquellas cartas despertara nunca el recelo de las autoridades franquistas. Cada día un sobre, y dentro un pequeño trozo de papel de periódico, o lo que tuviera a mano, estampado con un beso. Siempre fue coqueta mi abuela. Siempre con sus labios pintados. Para salir a la calle o a misa eran rosa pálido, marrón claro, pero en casa, delante de su pequeño espejo, los carmines se volvían de los tonos más rojos.

Su hermana menor se ofrecía de escribana, para hacer de intermediaria entre ella y su querido Andrés, pero mi abuela nunca aceptó. Decía que las palabras no le habían traído nada bueno a su vida, y prefería los besos, muchos besos. Cada día un beso para su amor. Mi tía ponía el remite, y mi abuela el contenido. Labios rojos unos días, rosas otros, medios labios, o labios imperceptibles viajaban por media Europa para llegar al corazón de Andrés. ¿Y quién va a creer que aquellos inocentes besos eran un código secreto para avisar a mi abuelo Andrés del peligro de volver a casa? Ella le salvó la vida con besos, él se los devolvió uno por uno a su regreso.

viernes, 21 de febrero de 2014

#Cuentocontigo. Mi árbol

Añoraba la enorme casona del pueblo y el jardín. Su abuelo recogía tomates y fresas y lechuga y judías verdes. Su abuela tenía cientos de flores y los tres juntos plantaron un árbol. Su árbol. Un olivo que ya era más alto que ella. Le gustaban los árboles del pueblo, los de la plaza que perdían las hojas en invierno y daban buena sombra en los veranos. Los enormes a orillas del río, árboles que ya eran grandes cuando su abuelo tenía su edad. Trepaba a menudo a uno de esos árboles, y pasaba horas allí sentada, escuchando el sonido del agua, las voces de otros niños, el movimiento de las hojas empujadas por el viento...

En su nueva casa solo había dos habitaciones. No había árboles, ni tomates, ni fresas, ni macetas, ni abuelos. No había sitio para las cosas que le gustaban. En la nueva casa tenía pesadillas cada noche. Sueños en los que la casa encogía y ella se quedaba atrapada en aquel cuarto de paredes rosas y rugosas. Gritaba y nadie le oía. Una noche consiguió escapar a la pesadilla trepando a un árbol imaginario. Trepó y trepó y salió de aquel cuarto, atravesó el tejado y se quedó sentada, sobre su árbol, escuchando el sonido de las lechuzas, y los pájaros nocturnos y el ladrido de un perro en la lejanía...

Despertó feliz. Había encontrado la solución. Rompió su hucha, bajó a la tienda y compró semillas de árboles y flores. Se las comió todas y bebió agua, mucha agua.

Tumbada sobre la cama esperó con paciencia, vigilando su barriga. Su árbol estaba a punto de nacer...

lunes, 22 de octubre de 2012

#Cuentocontigo: ¿Una sopa?

Corazón

Cuando Elisa está triste se encierra en la cocina y hace sopa. Litros y litros de líquido humeante. El edificio entero huele a la tristeza de Elisa. 

Alejo vuelve del trabajo y sube hipnotizado hasta el segundo piso. Querría tocar la puerta de ella, pero no tiene ninguna excusa. Nunca la tiene. Para él, la tristeza de Elisa es la mayor alegría del mundo. Alegría de niño que juega en la cocina de la abuela. De infancia feliz envuelta en sopa de letras. 

Alejo y Elisa son vecinos, pero salvo el buenos días o el buenas tardes, en función de la hora del día, nunca han hablado. Ni siquiera del tiempo. Ni siquiera de lo mucho que a él le gusta la sopa. Ajena a todo, Elisa da vueltas con parsimonia a una gran olla de caldo. Envuelta en su nube de vapor nadie puede verla llorar... Las lágrimas se evaporan y el vapor se convierte en bruma salada.Los cristales de su cocina desaparecen en la niebla de un océano de angustia. Angustia, la de Alejo. Que ya no puede distinguir a la cocinera tras los cristales empañados. Si abriera su ventana podría tocar la de ella, llamarla, dibujar un corazón y esperar, pero esta vez tampoco se atreverá. 

Y de nuevo, por la mañana, encontrará una cazuelita de sopa en su felpudo con el mensaje, ¡Espero que le guste! Una amiga. Tal vez, Alejo reunirá el valor suficiente para hacer guardia junto a la puerta y sorprenderla con la sopa in fraganti. Le daría las gracias por su inmensa generosidad, o tal vez le diría que la ama desesperadamente. O tal vez dibujaría un corazón sobre el de ella, y después se besaría el dedo, que sabría a sopa de amor. 

Eso no lo sabremos hasta que amanezca. Mientras tanto, él pasará la noche en vela, atento a los sigilosos pasos de la cocinera, la que alegra su vida con sopas de tristeza.