Cecilia salió con su bici como cada mañana, equipada y protegida para cualquier incidencia. Móvil cargado, agua, coderas, rodilleras, casco. A su 82 años no podía arriesgarse a una caída, ¡o su hija comenzaría con la retahíla de siempre!: mamá, tú ya no tienes edad para ciertas cosas; mamá, ya no eres una jovencita; mamá, ¿por qué no haces las cosas que hacen las señoras de tu edad?, ¿Es que siempre tienes que dar la nota?
Cecilia pedaleaba y pensaba en su hija. Tenía 50 años y aparentaba el triple. Siempre tan responsable, tan pendiente de las normas, tan perfecta,... Nunca la había visto fuera de lugar, ni siquiera despeinada, definitivamente no había heredado sus genes, en todo caso, solo se parecían en la cabezonería, esa con la que una y otra vez le machacaba: mamá, eres una anciana, no una adolescente, es hora de pensar en una residencia.
¿Una residencia? ¡Ni loca! Ella sola se valía y se sobraba. Su casa era su castillo y su hogar a la vuelta de recorrer la ciudad en bicicleta o viajar o salir al teatro o a bailar, y de ahí la tendrían que sacar con los pies por delante. Ni hija ni espíritu santo le harían cambiar de idea.
Al mentar al espíritu santo, Cecilia se percató de que estaba perdida. Dejó de pedalear y se apeó de la bicicleta. Alrededor todo era blancura y silencio. Buscó el teléfono, pero no había cobertura. ¡Si su hija la viera ahora este sería el final de sus aventuras! Decidió gritar, llamar por si alguien la oía..¡Hay alguien ahí! ¡Me he perdido!...
Una voz de mujer contestó de inmediato, y parecía próxima. ¡Es la niebla!, dijo. No se preocupe, usted siga hablando, la localizaré e iremos juntas. Cecilia verbalizó toda su indignación materno filial en un momento, habló a aquella invisible desconocida de todo lo que aún le quedaba por viajar, por leer, por saborear,.. .por contar. Una mano la agarró con fuerza poco después. Ese fue el día que conoció a Carmen, su amiga nonagenaria de la que se volvió inseparable. Ahora deben estar tomando unas cervezas en Praga, o leyendo en una playa o jugando a las cartas antes de salir a bailar. Cuando les preguntan cómo se hicieron amigas, las dos coinciden: fue la niebla.