
En su nueva casa solo había dos habitaciones. No había árboles, ni tomates, ni fresas, ni macetas, ni abuelos. No había sitio para las cosas que le gustaban. En la nueva casa tenía pesadillas cada noche. Sueños en los que la casa encogía y ella se quedaba atrapada en aquel cuarto de paredes rosas y rugosas. Gritaba y nadie le oía. Una noche consiguió escapar a la pesadilla trepando a un árbol imaginario. Trepó y trepó y salió de aquel cuarto, atravesó el tejado y se quedó sentada, sobre su árbol, escuchando el sonido de las lechuzas, y los pájaros nocturnos y el ladrido de un perro en la lejanía...
Despertó feliz. Había encontrado la solución. Rompió su hucha, bajó a la tienda y compró semillas de árboles y flores. Se las comió todas y bebió agua, mucha agua.
Tumbada sobre la cama esperó con paciencia, vigilando su barriga. Su árbol estaba a punto de nacer...
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