Todo estaba embalado, pero Lucía se resistía a salir del local en el que había puesto tantas ilusiones. Esculpiría algo para el nuevo arrendatario con el bloque de cera que había quedado sobre el mostrador. Cogió su punzón y delicadamente liberó a la mole de su encierro. El resultado, una tarta de cumpleaños rematada por una velita en el centro. Parecía tan real que decidió encenderla y, siguiendo su instinto, cerró los ojos y pidió un deseo. En un soplo, todas las luces de la ciudad se apagaron. El viento trajo a su primer cliente...