La primera chica que entró en su habitación salió tan rápido que olvidó el abrigo. Intentó devolvérselo pero cualquier acercamiento tenía idéntica reacción: carreras desenfrenadas por los pasillos del instituto, por la calle o en el centro comercial. No consiguió saber la razón de aquel rechazo ni devolverle la prenda.
Sin dejar que este primer fracaso le hundiera, tentó a la suerte por segunda vez. La cita fue en el cine y todo parecía de película. Última fila. Nadie alrededor y ella cogida de su mano con sonrisas picaronas. Pero cuando las luces se apagaron, la chica, su mano y la sonrisa huyeron despavoridas de la sala de butacas. Pensó que volvería con palomitas o al menos, querría recuperar su abrigo, pero quince minutos después la esperanza de que regresara se desvaneció. No salió en su busca ni se dejó abatir por la decepción. Devoró la película hasta los créditos, y se fue tan campante a casa con una nueva prenda para su colección.
Su fama de raro corrió como la pólvora dentro y fuera del instituto. Las chicas suspiraban atraídas por su halo de misterio, y una multitud de chavales impopulares, vapuleados desde párvulos por el género femenino, querían ser cómo él. Así y todo, solo nuestro protagonista sabía la verdad.
Al terminar el invierno el balance era de doce abrigos femeninos en casa, una madre muy preocupada por su acopio de ropa de mujer y treinta y cinco amigos nuevos, pero su cuenta de besos seguía a cero.
La chica número trece llamó a su puerta un sábado de primavera. Se cercioró de que era el chico al que buscaba y le pidió un abrigo rojo. Dijo que su hermana se lo había cogido prestado y quería recuperarlo. Preguntó decidida dónde estaba su habitación y sin esperarle comenzó a subir las escaleras hasta el primer piso. No se atemorizó por el póster de zombis que presidía la puerta, ni gritó al ver la iguana sobre la mesilla de noche. Tampoco pareció sorprenderse con los muñecos a escala de Alien y Freddy Krueger y se mostró muy interesada por el videojuego que parpadeaba en el ordenador.
La chica número trece le dio el primer beso de su vida y esa fue la primera de muchas tardes de videojuegos y charlas interminables. Pero a la vuelta de las vacaciones no contó nada en el Instituto. Ya sabéis. Eso de dar besos es cosa de chicas.
Sin dejar que este primer fracaso le hundiera, tentó a la suerte por segunda vez. La cita fue en el cine y todo parecía de película. Última fila. Nadie alrededor y ella cogida de su mano con sonrisas picaronas. Pero cuando las luces se apagaron, la chica, su mano y la sonrisa huyeron despavoridas de la sala de butacas. Pensó que volvería con palomitas o al menos, querría recuperar su abrigo, pero quince minutos después la esperanza de que regresara se desvaneció. No salió en su busca ni se dejó abatir por la decepción. Devoró la película hasta los créditos, y se fue tan campante a casa con una nueva prenda para su colección.
Su fama de raro corrió como la pólvora dentro y fuera del instituto. Las chicas suspiraban atraídas por su halo de misterio, y una multitud de chavales impopulares, vapuleados desde párvulos por el género femenino, querían ser cómo él. Así y todo, solo nuestro protagonista sabía la verdad.
Al terminar el invierno el balance era de doce abrigos femeninos en casa, una madre muy preocupada por su acopio de ropa de mujer y treinta y cinco amigos nuevos, pero su cuenta de besos seguía a cero.
La chica número trece llamó a su puerta un sábado de primavera. Se cercioró de que era el chico al que buscaba y le pidió un abrigo rojo. Dijo que su hermana se lo había cogido prestado y quería recuperarlo. Preguntó decidida dónde estaba su habitación y sin esperarle comenzó a subir las escaleras hasta el primer piso. No se atemorizó por el póster de zombis que presidía la puerta, ni gritó al ver la iguana sobre la mesilla de noche. Tampoco pareció sorprenderse con los muñecos a escala de Alien y Freddy Krueger y se mostró muy interesada por el videojuego que parpadeaba en el ordenador.
La chica número trece le dio el primer beso de su vida y esa fue la primera de muchas tardes de videojuegos y charlas interminables. Pero a la vuelta de las vacaciones no contó nada en el Instituto. Ya sabéis. Eso de dar besos es cosa de chicas.