Introducción a la Poesía
Billy Collins (traducción Eberth Munárriz)
Les pido que agarren un poema y lo pongan a trasluz como una diapositiva de colores o acerquen una oreja a su colmena Les digo suelten un ratón en un poema y obsérvenlo buscar la salida, o caminen en la habitación del poema y al tanteo busquen un interruptor. Quiero que hagan esquí acuático sobre la superficie del poema saludando al nombre del autor en la orilla. Pero ellos sólo quieren atar con soga el poema a una silla y torturarlo hasta que confiese. Empiezan pegándole con una manguera para averiguar qué dice en realidad.
El cordón, otro poema de Billy Collins El otro día mientras me dedicaba a rebotar lentamente por las paredes azules de esta habitación, yendo de la máquina de escribir al piano, de la estantería a un sobre que estaba en el suelo, di a parar a la sección C del diccionario donde mis ojos fueron a caer en la palabra cordón. Ninguna galleta mordisqueada por un novelista francés podría retrotraerte al pasado tan de repente -un pasado donde me sentaba en un banco de trabajo en un campamento junto al profundo lago Adirondack aprendiendo a trenzar tiras finas de plástico para hacer un cordón, un regalo para mi madre. Nunca había visto a nadie usar un cordón o llevar uno puesto, si eso es lo que se hacía con ellos,pero eso no evitó que yo entrecruzara hebra sobre hebra una y otra vez hasta que hice un compacto cordón rojo y blanco para mi madre. Ella me dio la vida y leche de sus pechos, y yo le regalé un cordón. Ella me dio el pecho en más de una sala de espera, me dio cucharadas de medicina, colocó paños fríos en mi frente, y luego me mostró el camino hacia la luz etérea y me enseñó a caminar y nadar, y yo, a cambio, la obsequié con un cordón. Aquí tienes miles de comidas, dijo, y aquí tienes ropa y una buena formación. Y aquí tienes tu cordón, contesté, que hice con un poco de ayuda del monitor. Aquí tienes un cuerpo que respira y un corazón que late, fuertes piernas, huesos y dientes, y dos ojos limpios para leer el mundo, susurró ella, y aquí, dije yo, está el cordón que hice en el campamento. Y aquí, deseo decirle ahora tienes un regalo más pequeño -no la ancestral verdad de que nunca puedes corresponderle a tu madre, sino el compungido reconocimiento de que cuando cogió de mis manos el cordón a dos colores, estaba tan seguro como pueda estarlo un chaval de que esta cosa sin valor e inservible que trencé de puro aburrimiento sería suficiente para quedar en paz con ella.
... y el cordón perduró más allá de la vida.
ResponderEliminar