Tengo una en casa, y varios cientos desperdigadas por el mundo. La doméstica, casi no la uso. Me lleva siempre al mismo tramo pasado, y el viaje ha dejado de ser divertido. Pero, cuando me topo con una de las máquinas errantes, mi mundo gira en contra de las agujas del reloj, y se mueve vertiginoso por esferas y minuteros desconocidos. Mis máquinas no son metálicas ni tienen palancas y botones, tampoco luces y motores. Son olores y canciones. Olores de hace una eternidad que de repente entran por la ventana los días de viento. Canciones que ya no recordaba pero contienen días, semanas, meses de un tiempo no siempre feliz, ni siempre desgraciado. Puedes despistar a tu pasado con gafas de sol oscuras y tapones en los oídos. O puedes saludarle y dejarlo marchar...