Fue una noche de pesadillas, calor y vueltas en la cama. La mañana no vino con mejores intenciones. Cielo plomizo, sueño insonme de ojos hinchados y jaqueca en estéreo. Pocas palabras, más bien sonidos guturales entre los dos hasta que sin saber por qué, se pararon el uno frente al otro y se besaron sin prisas ni segundas intenciones. Todavía abrazados miraron el reloj en sincronía. Las 11 y 11 del 11 del 11 y ambos seguían vivos y juntos. Siguieron besándose sin relojes y el sol apareció en escena. El fin del mundo tendrá que esperar...
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