Antonio quiere reunir a sus antiguos compañeros, treinta y ocho años después. Eran la 4ª promoción de la Escuela de Capacitación Agraria de Movera, Zaragoza. Chavales que llegaron de todo Aragón y otras provincias de España para ser capataces. Que pasaron dos años juntos, entonces, cuando no había dinero, ni comodidades, ni teléfonos móviles, ni casi de nada.
Antonio lleva más de un año tirando de guía telefónica (menos mal que siguen editándolas) y probando en tal o tal pueblo para saber si los apellidos coinciden y da con otro de los chicos de su promoción. La investigación trae muchas sorpresas, gran alegría, y alguna que otra llamada también le acerca a la triste realidad. Algunos compañeros se han ido demasiado pronto. Un cáncer, un accidente,... Pero eso no le amilana y sigue buscando uno a uno a todos los jóvenes de aquella promoción. Es su carrera contra el tiempo. Tiene a más de treinta, y también ha localizado a los profesores, entre ellos mi padre.
Por fin, llega la fecha. Todos están citados en la escuela, que hoy sigue siendo un centro de formación profesional. Llegan puntuales. Algunos desde muy lejos. Les cuesta reconocerse después de treinta y ocho años, pero enseguida llegan los recuerdos, las fotos antiguas ayudan, las anécdotas se suceden como un torrente imparable. Comen juntos y visitan sus antiguas aulas, residencia, instalaciones. El actual director les abre todas las puertas, les hace volver a sentirse en casa. Y hablan sin parar. Algunos contarán que llegaron al centro casi analfabetos, que allí aprendieron lo que saben y les cuidaron como lo habría hecho su familia. El resto aplaude, se emociona y va descubriendo nuevos retales de memoria, quizá quieran compartirlos o tal vez prefieran seguir guardándolos.
Pasa el día y se despiden, harán fotos nuevas de este encuentro con los de antes. Quedarán para volver a verse, antes de que ya sean demasiado mayores. Se intercambian teléfonos, nombres y apellidos, ¡incluso correos electrónicos! Y vuelve cada uno a su rutina, pero con los ojos más vivos, como cuando tenían toda la vida por delante. Ah, eso ha cambiado. ¡Se han dado cuenta de que aún les queda mucho por contarse!
Antonio lleva más de un año tirando de guía telefónica (menos mal que siguen editándolas) y probando en tal o tal pueblo para saber si los apellidos coinciden y da con otro de los chicos de su promoción. La investigación trae muchas sorpresas, gran alegría, y alguna que otra llamada también le acerca a la triste realidad. Algunos compañeros se han ido demasiado pronto. Un cáncer, un accidente,... Pero eso no le amilana y sigue buscando uno a uno a todos los jóvenes de aquella promoción. Es su carrera contra el tiempo. Tiene a más de treinta, y también ha localizado a los profesores, entre ellos mi padre.
Por fin, llega la fecha. Todos están citados en la escuela, que hoy sigue siendo un centro de formación profesional. Llegan puntuales. Algunos desde muy lejos. Les cuesta reconocerse después de treinta y ocho años, pero enseguida llegan los recuerdos, las fotos antiguas ayudan, las anécdotas se suceden como un torrente imparable. Comen juntos y visitan sus antiguas aulas, residencia, instalaciones. El actual director les abre todas las puertas, les hace volver a sentirse en casa. Y hablan sin parar. Algunos contarán que llegaron al centro casi analfabetos, que allí aprendieron lo que saben y les cuidaron como lo habría hecho su familia. El resto aplaude, se emociona y va descubriendo nuevos retales de memoria, quizá quieran compartirlos o tal vez prefieran seguir guardándolos.
Pasa el día y se despiden, harán fotos nuevas de este encuentro con los de antes. Quedarán para volver a verse, antes de que ya sean demasiado mayores. Se intercambian teléfonos, nombres y apellidos, ¡incluso correos electrónicos! Y vuelve cada uno a su rutina, pero con los ojos más vivos, como cuando tenían toda la vida por delante. Ah, eso ha cambiado. ¡Se han dado cuenta de que aún les queda mucho por contarse!
Antonio Martín, de Urrea de Gaén es el héroe de esta historia tan real como la vida misma. Él ha hecho felices a muchas personas este fin de semana. Entre ellos, mi padre. Y es quien me ha pasado las fotos y contado su historia. Antonio, gracias y ¡a por la siguiente!