Ideas
Se me ocurre una idea para una novela, pero no la anoto y se me olvida. No importa, me digo, era muy buena, muy potente, volverá. Todas las ideas potentes vuelven. Pasan los días, permanezco atento al regreso de la idea como quien espera, cuando ya a ha anochecido, el regreso de una esposa, de un hijo, de un marido. La idea no vuelve, ni siquiera noto las señales (o los ruidos) que hacen las ideas cuando están a punto de entrar en la cabeza. Transcurrido un tiempo equis, me olvido de la idea (de la idea de la idea, cabría decir). Un día estoy en una fiesta, con mucha gente. He bebido mucho, quizá he fumado algo que me han pasado cuando tenía la guardia baja. Hablo animadamente con otras personas. En esto, mientras hablo, observo entrar a la idea en mi cabeza. Entra con naturalidad, como si se hubiera ido ayer o hubiera salido un momento a por tabaco. La tenía tan olvidada que al principio no la reconozco. La trato como a una idea más. Quizá viene algo cambiada. Quizá he cambiado yo. Me doy cuenta de que es ella por un detalle en apariencia lateral. Digo en apariencia porque en aquella novela no había líneas estratégicas: todo en ella era secundario. He de apuntar la idea, me digo, he de apuntarla para que no se vuelva a ir. Pero en ese momento no puedo. Sería una falta de educación dejar a las personas con las que estoy hablando, una de las cuales está contando un suceso personal de una intensidad desusada. Lo sé por sus gestos, pues atento como estoy a mi idea, apenas escucho lo que dice. Finalmente logro separarme del grupo y me retiro, con la idea dentro de la cabeza, a la zona donde sirven las bebidas. No llevo bolígrafo ni papel. Pido un bolígrafo al camarero y tomo nota apresuradamente de la idea, que es genial de arriba abajo, en una servilleta. Me guardo la nota en el bolsillo. Respiro aliviado, pido otro gin tonic para celebrarlo y regreso a la zona donde los invitados departen animadamente. Permanezco el resto de la noche presa de una feliz excitación. Vuelvo a casa de madrugada. Duermo, me despierto. La idea se ha ido de mi cabeza, pero no importa, me digo, en esta ocasión está también en el papel, en la servilleta. La busco, la leo con pasión una, dos, tres veces. Es una basura. Juan José Millás
Se me ocurre una idea para una novela, pero no la anoto y se me olvida. No importa, me digo, era muy buena, muy potente, volverá. Todas las ideas potentes vuelven. Pasan los días, permanezco atento al regreso de la idea como quien espera, cuando ya a ha anochecido, el regreso de una esposa, de un hijo, de un marido. La idea no vuelve, ni siquiera noto las señales (o los ruidos) que hacen las ideas cuando están a punto de entrar en la cabeza. Transcurrido un tiempo equis, me olvido de la idea (de la idea de la idea, cabría decir). Un día estoy en una fiesta, con mucha gente. He bebido mucho, quizá he fumado algo que me han pasado cuando tenía la guardia baja. Hablo animadamente con otras personas. En esto, mientras hablo, observo entrar a la idea en mi cabeza. Entra con naturalidad, como si se hubiera ido ayer o hubiera salido un momento a por tabaco. La tenía tan olvidada que al principio no la reconozco. La trato como a una idea más. Quizá viene algo cambiada. Quizá he cambiado yo. Me doy cuenta de que es ella por un detalle en apariencia lateral. Digo en apariencia porque en aquella novela no había líneas estratégicas: todo en ella era secundario. He de apuntar la idea, me digo, he de apuntarla para que no se vuelva a ir. Pero en ese momento no puedo. Sería una falta de educación dejar a las personas con las que estoy hablando, una de las cuales está contando un suceso personal de una intensidad desusada. Lo sé por sus gestos, pues atento como estoy a mi idea, apenas escucho lo que dice. Finalmente logro separarme del grupo y me retiro, con la idea dentro de la cabeza, a la zona donde sirven las bebidas. No llevo bolígrafo ni papel. Pido un bolígrafo al camarero y tomo nota apresuradamente de la idea, que es genial de arriba abajo, en una servilleta. Me guardo la nota en el bolsillo. Respiro aliviado, pido otro gin tonic para celebrarlo y regreso a la zona donde los invitados departen animadamente. Permanezco el resto de la noche presa de una feliz excitación. Vuelvo a casa de madrugada. Duermo, me despierto. La idea se ha ido de mi cabeza, pero no importa, me digo, en esta ocasión está también en el papel, en la servilleta. La busco, la leo con pasión una, dos, tres veces. Es una basura. Juan José Millás
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