Me llevo observando unos días,
bueno, tal vez unos meses.
Y tengo momentos que no me gustan nada.
Es como si no fuera yo.
Todo sale de mi mente.
Demasiado rápido.
Como un AVE en tiempos de bonanza.
Así, no hay quien pare a mi mente.
No da tiempo ni a taparme los oídos por dentro
Y ahí está ella, con sus retorcidas sentencias.
Prejuzga, protesta, opina sin parar, vive de morro torcido y me lo tuerce a mí.
Es una agriadora de carácter, una mente demasiado gris.
Sé que tiene razón a menudo. Que tal o cual, no son de fiar. Que este o aquel no son buenas personas. Que o él o ella pretenden perjudicarme o son unos egoístas o unos agarrados o unos frescos... Sí, es verdad. Pero no tiene derecho a manifestar su parecer todo el día, enfadada, enfurruñada, opaca,...
Sí, tal vez le eche la culpa a mi mente, y sea otro u otra la culpable.
Le pido perdón si yerro,... Pero tal comportamiento no es propio de ojos, rodillas o vesículas biliares.
De momento y hasta nueva orden le pido que me deje en paz y le manifiesto que prefiero equivocarme una y mil veces creyendo que todo el mundo es bueno, sin analizar sus acciones o sus gestos.
De otra manera, aquí no hay quien sueñe.