La Tierra gira, sobre sí misma y alrededor del sol. Todo cambia a cada momento, aunque no lo parezca. Aunque a mí no me lo parezca. Yo, amigos y amigas, soy la ilusa que cree que las cosas buenas duran siempre, que no tienen fin. Que el tiempo se detiene y nada ni nadie influirá en mi vida y mis decisiones. Me cuesta, concretamente, una semana y un día aceptar que todo cambia. En ese tiempo debato conmigo misma, me bloqueo para todo lo demás, armo un teatrillo de títeres en mi cabeza, y todos se dan con la cachiporra exactamente durante una semana y un día. Mientras curan los chichones, mi yo externo intenta analizar la situación y hace esquemas, dibujos, listas de pros y contras. Se estira de los pelos, tuerce el gesto, escucha sus lamentos internos y gruñe y se queja. Una prehistórica ante la primera rueda, ¡qué tensión! Sí, ¿qué le vamos a hacer? Soy lenta para la vida que me ha tocado vivir, para el mundo en el que he aparecido. Amigas y amigos, nadie me avisó de que todo corre a más de 200 km/h y sin frenos. Será cuestión de ponerse el cinturón, agarrarse y dejarse llevar...
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