viernes, 6 de abril de 2012

Amores inciensos (Parte II)

Es difícil, casi imposible, mirar al cielo con un capirote puesto. Además, yo solo tenía ojos para ella. ¿Cómo te llamas?, le pregunté en un arrebato de valentía. ¿Qué?, me pareció oír... Tu nombre, grite aún más cerca del lugar que debería ocupar su oreja... Creo que me respondió, pero el momento coincidió con los redobles de bombo y tambor más atronadores que había escuchado. Ni en los ensayos sonaban tan rotundos. El sonido dio paso a una estampida que en cuestión de segundos dispersó las filas y se encaminó a toda prisa de vuelta a la iglesia. No, no habían sido bombos y tambores, sino la tarjeta de presentación de una tormenta anunciada. La lluvia no tardó en caer. Con el capirote en la mano y a todo correr con los hábitos remangados iban el resto de mis compañeros de cofradía. Yo, aún cubierto, seguía buscando a la chica entre la gente. Una chica de la que no sabía su nombre, solo su color de ojos,... (continuará)


Amores inciensos (Parte I)
Le dijo que reconocería sus ojos en cualquier parte. De hecho, es lo único que había visto de ella. Unos preciosos ojos color coca cola, a través de dos agujeros. El resto, tela de traje cofrade. Negra, desde la punta del capirote, hasta el zapato. La chica no había ensayado con ellos, sustituía a Beatriz, su prima, que no podía tenerse en pie de alergia. Era un secreto que solo sabían la prima alérgica, y nuestros dos protagonistas. Imposible no darse cuenta del cambio. Beatriz le sacaba casi dos capirotes de altura, y llevaba gafas, lo que aún hacía más sacrificado el hecho de cubrirse la cabeza, procesionar y tocar el tambor a la vez. Su prima la de ojos de chispa de vida era más bajita y no tenía ni gafas, ni ritmo ni nada. Pero todo lo compensaba con unas pestañas que sobresalían de los agujeros y a él, le hacían tocar el cielo... (continuará)

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