Es de día, el patio de la casa reparte las voces de los vecinos, suenan cacerolas y cubiertos, huele a todas las comidas del mundo. Veo la luz, oigo sus conversaciones babelianas, huelo a sus paellas de domingo y me siento morir. El fantasma de la noche del sábado me persigue. No dejo de rememorar los brindis y las copas siempre llenas. La cabeza es una traca de fuegos de artificio que no cesa. Y estallan uno, dos, tres... Miro un reloj que avanza, pero soy incapaz de avanzar con él. Secuestrada dentro de mi propio cuerpo. De una noche interminable...
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Emilia