Eran los únicos del vecindario que no tenían televisor. Su padre le dijo que para eso estaban las ventanas. No hubo réplica posible. Al pasar los años, aún recuerda con nitidez aquellas veladas familiares sentados frente al gran ventanal del salón. No había nada en su calle que les pasara inadvertido. El nuevo peinado de la señora del bloque de enfrente, la farola fundida, los besos robados de unos adolescentes, el lechero que olvidaba recoger las botellas vacías, las tormentas eléctricas,... Con su primer sueldo, ya cumplidos los 20 años, pagó el primer plazo de una televisión. En color. Más de 100 canales, le dijo el vendedor. Todavía está apilada en un rincón sin ventanas.