No escuchó los golpes en la puerta, ni el silbato de la olla exprés, ni el insistente teléfono móvil, ni los muebles de los vecinos arrastrándose en el piso de arriba. Su marido la encontró a medio vestir, sentada en el suelo, con los ojos muy abiertos al infinito del patio de vecinos. Pero, ¿qué ha pasado? le susurró asustado. ¿Estás bien? La llamó por su nombre, la zarandeó, la abrazó angustiado y sollozó muchas más veces su nombre. El final del día se había convertido en noche cuando ella al fin se levantó sonriendo a su marido y entró en la cocina. Desde allí se escuchó alta y clara su voz, decía que se había quemado la cena y sería buena idea llamar a un chino.