Duerme con camiseta de tirantes y short de algodón y recorre la casa descalza o en chanclas. Los cristales lluviosos no la intimidan, ni siquiera el viento de octubre que despeina los geranios logra amedrentarla. La única concesión a sus pies congelados ha sido embutirse las chanclas con calcetines. Para combatir el frío, baila y mueve de aquí para allá sus piernas interminables. Entre estornudos y piel de gallina jura y perjura que aún no ha terminado su verano.
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