Escribo aquí con la absurda convicción de que tú me escucharás; de que estas palabras llegarán directamente a ti, allá dónde estés, a ese lugar en el que no podemos estar juntas. Te escribo porque es lo más parecido a hablarte, y es lo que más añoro. Los últimos tiempos era yo la más locuaz, te hablaba y te hablaba para que no te quedaras perdida en los silencios. Eran conversaciones infinitas, mezcladas con risas y tablas de multiplicar; eran charlas preciosas aliñadas con besos y caricias. Oh, tus manos, tus preciosas y santas manos. Me encantaba tenerlas entre las mías, notar su tacto y dejarme encerrar en ellas, como cuando era una niña y jugabas a amasar mis pequeños deditos para alejar el frío o para que mantuviera la compostura en los lugares serios.
Los domingos son el peor día; era nuestro día, el de dar largos paseos, hablando de todo y de nada, pedalear en bicicletas inmóviles pero viajar a miles de kilómetros rodeando los temas que te hacían sufrir para llevarte a mágicos jardines e historietas de las que nunca me faltaban. Para ti era una prestidigitadora, sacaba del sombrero noticias disparatadas, fotos tronchantes, y alegría que disipara las nubes negras que en ocasiones nublaban tu memoria. ¡Cuánto has sufrido en esta vida, mamá, y cuánto me gustaría haber sido tu paladín, tu caballero con escudo y lanza para defenderte de todas las personas y situaciones tóxicas que te rodearon; pero solo fui una niña tímida y asustadiza que tuvo la suerte de tener una madre coraje!
Mamá, nunca te voy a olvidar, porque mi vida está hecha de pedacitos de ti, pero estoy tan enfadada... no puedo resignarme a que esto sea verdad. No puedo aceptar que no estés, que no me ofrezcas tus besos de bienvenida y me despidas agitando la mano desde el retrovisor. Trato de recordar tu último adiós, pero no lo he guardado en la retina. Estoy rabiosa, mamá, y triste, y hueca por dentro. Dentro de mí ya no hay corazón, ni pulmones, ni costillas, ni estómago. Solo hay eco; un eco que se pierde y enmudece al no obtener respuesta. Y también hay decepción, hacia el "no se qué" que te arrebató de mi lado, y al que nunca pedí nada; solo quise teneros mucho tiempo, más tiempo, todo el tiempo... Juntos éramos felices, nunca fuimos ambiciosos, nunca fuimos soberbios ni pretenciosos. Lo teníamos todo, pero no hicimos ostentación de ello. Solo queríamos que nos dejaran así, juntos, formado este árbol frondoso y alto que casi toca las nubes; pero debimos molestar a alguien y su zarpazo ha dañado lo más sagrado de esta familia. Tú, mamá. Y para esta herida, no hay puntos de sutura, ni agua oxigenada, ni curación posible.
Todavía nos llegan abrazos de consuelo y voces de cariño, pero pronto desaparecerán y en mis ojos y mi piel marchita ya nadie reconocerá el dolor de tu ausencia. Lo olvidarán, o lo obviarán, solo soy una persona sin madre. Ni la primera ni la última. Afortunada, sí, de tener padre. Al que adoro, y que te adora. Pero, sin madre. Para mí tú eras mucho más, eras Concepción Pastor Biescas; Conchita. Una mujer que valía para todo y para todos. Una genia, una mujer increíble, y como quise escribir en tu esquela: Una persona buena. Como tú quedan pocas, mamá. ¡Qué suerte he tenido, qué suerte hemos tenido... !
Parece ser que la vida sigue, caen las hojas y brotan otras y la gente olvida, y no se pone en los zapatos del otro, aunque nosotros, yo,.. no pueda seguir el ciclo de las estaciones, y pasar esa famosa página que todo el mundo menciona (cómo odio esa y otras tantas frases hechas).
Hoy he soñado que aparecías, mamá, pero no eras tú, era una doble, con cierto parecido, pero no eras tú; en el sueño yo gritaba de alegría y por un instante, el sueño era lo real, y esta realidad, una pesadilla pasajera. Ojalá no hubiera despertado esta mañana. Querría vivir dormida en un sueño contigo, en el que te abrazaría tan fuerte que no podrían sacarte de mis brazos. Fíjate, mamá, que cuando camino y veo señoras mayores -y eso que tú te fuiste siendo muy joven todavía, ¡no eras una abuela... eras una madre y parecías una chiquilla!- pues a esas mujeres, quisiera cogerlas del brazo y hablarles, porque creo que en ellas podrías estar tú. Quizá en ellas vives tú, y sólo he de encontrarte...Tranquila, no quiero que me detengan por loca, pero más de una vez lo he pensado, y he envidiado a todo el mundo que aún tiene madre... porque en este preciso momento es lo único que en este mundo me da envidia. Tener madre, eso es lo único que yo quisiera.
Me tendrás que perdonar, sé que esto que te voy a contar no será de tu agrado... y es que mamá, no tengo ganas de nada, porque si no puedo contártelo, no sirve en absoluto. No quiero un futuro en el que no estés, aunque ese futuro llega inexorablemente cada mañana... Trato de convertirme en estatua, y ralentizar el latir de mi corazón para ir haciéndome invisible e inaudible. Si tú no estás, sería demasiado egoísta vivir cosas y no poder contártelas. No sé si podré darle cuerda a mi vida otra vez, mamá. Por papá y por Pedro, me obligo, pero... por el momento, solo en modo piloto automático.
Lo único que me consuela es poder llorar y vuelvo a tus fotos y vídeos del móvil. Solo quiero seguir llorando, dejar rodar las lágrimas sin límite, mientras beso tu cara, y busco las cosas tuyas que he guardado para poder tener tu aroma un poquito más. Mamá, qué injusto es que no estés, que no hayas visto explotar la primavera, que no podamos hacer cuentas y dictados juntas, que no podamos cogernos de la mano, ni hacerte cosquillas o levantarte en el aire para hacerte reír a carcajadas. Echo de menos tu risa, tu cara preciosa, tu bondad, tu forma de caminar y tu voz. Y a la vez, no quiero invocarte demasiado, porque no sé qué pasa allí dónde estás, pero no quiero molestarte ni preocuparte. Quiero que seas inmensamente feliz, sin dolor, preocupaciones o personas que puedan hacerte daño. Mamá, amor de mi vida, vuela, sonríe, flota en el universo y por una vez piensa sólo en ti. Pero, si puede ser, no me olvides. No nos olvides, porque estamos deseando volver a estar contigo... cuando sea y donde sea, pero juntos. Te quiero infinito.
Quién fue mi madre
Mi madre murió repentinamente el 6 de marzo de 2025, a las 15:30h. No se pudo hacer nada para reanimarla y devolverla a esta vida en la que deja marido, hija y yerno desconsolados. Tenía 79 años, hubiera cumplido los 80 el 3 de diciembre. Aparentaba muchos menos. Desde hacia unos años, el alzheimer borraba su memoria a corto plazo, pero con la ayuda de mi padre seguía viviendo en su casa, rodeada de su jardín y sus tareas, porque era muy activa. Salía a caminar cada día, y siempre charlaba y saludaba afablemente a todos a quienes encontraba. Era una persona cariñosa y amable, no tuvo una infancia fácil ni pizca de suerte con la familia que le tocó, pero su carácter luchador y su gran inteligencia le hizo salir adelante y granjearse la admiración de quién la conoció. Mis padres, hijos de agricultores humiles, se ganaron el pan desde críos. A mi madre la sacaron de la escuela con 7 años para criar a sus hermanos y después a servir. Aprendió con tesón y de mayor se apuntó a una escuela de adultos. Ese fue uno de sus grandes pesares, no haber podido estudiar. Desde que yo nací empezó a padecer fuertes jaquecas cada semana. Jaquecas horribles, para las que nunca aparecía un remedio. Si alguien las ha sufrido, sabe que no hablo de dolores de cabeza que se pasan con un paracetamol. Me refiero a naúseas constantes, y rayos que parecen partir el craneo en dos. Aún así, trabajó y me crió, sin ayuda de nadie, también cosía y hacía arreglos -fue autodidacta- y todo viviendo en casas sin agua corriente ni calefacción. Hablamos de la España de los años 70 y 80, y de un pueblo a 12 kilómetros del centro de Zaragoza,... no son las Hurdes de Buñuel ni la época medieval. Estas vidas han pasado y no hace tanto, pero parece que todos no tuvimos la misma suerte, ¿verdad?
Mientras tanto, mi padre no se quedaba atrás; como la agricultura se fue al garete -es capataz agrícola y profesor, pero sin tierras ni familia acaudalada-, trabajaba de turnos en una fábrica y hacía extras en fin de semana y vacaciones para entre los dos poder labrarse un futuro y construirse su casa. Me dieron una carrera universitaria en Madrid siendo hija de obreros y sin beca -se pasaban 6 euros para poder tener derecho a una beca a pesar de mis notas-, y nunca me faltó de nada salvo lujos... pero eso, como ya sabréis, no es necesario para vivir.
Damos un salto hacia delante. Un ictus en 2007 reveló que tenía un tumor en el oído interno, benigno pero dañino. Ese hecho provocó la paralización de una cuerda vocal lo que le impedía comer y hablar con normalidad. El descubrimiento conllevó un ir y venir de médicos, con visitas a La Paz incluidas, y diagnósticos cada vez más crueles y poco centrados en la calidad de vida de mi madre, y más en la grabación de una operación insólita. A pesar de poder dejarla en coma o sin oído -era lo que iba a pasar sí o o sí con la intervención-, algunos abogaban por taladrar el cráneo y quitar el tumor, que no dejaba de crecer y sobresalía detrás de su oído derecho. Nos negamos, recuerdo como mi entonces jefe Eduardo Hernaz, que también nos dejó muy pronto, me dijo semanas antes de morir que no permitiera por nada del mundo que la operaran. Le hicimos caso, él en cambio no tuvo la misma fortuna y todavía le echo de menos, pero sigamos. Por suerte para mi madre hubo plan B. La radioterapia redujo el tumor que -en principio- no volvió a crecer, pero dejó secuelas: una disfagia le impidió disfrutar de una vida "normal". Se acabaron los viajes o salidas una vez que mi padre se jubiló y podían por fin saber lo que era disfrutar del ocio. Mi madre podía atragantarse incluso comiendo un puré, prefirió estar tranquila en su casa. Pero eso también lo superó, y vivió con resignación y alegría. Prefiero recordar sus días de gloria: les tocó un viaje a la inauguración de las olimpiadas de Barcelona que nunca olvidaron y con el Imserso visitaron Mallorca y viajaron juntos en avión por primera vez en su vida. Poneos en situación: ellos no tuvieron siquiera luna de miel ni nunca fuimos de vacaciones en el concepto que ahora entendéis de irse quince días o un mes a disfrutar a cuerpo de rey. Quizá un fin de semana a ver a los abuelos, y poco más. Salto hacia atrás. Quince años antes, le detectaron quistes de grasa en ambos pechos y a pesar de ser benignos se recomendó eliminarlos. Por error y mala práxis le cortaron ambos y colocaron mal las prótesis; la infección le hizo perder un pezón -además de dejar un costurón de punta a punta de su cuerpo-. Mi madre nunca quiso darle importancia, pero sé que ver cada día sus pechos cercenados y destrozados no era precisamente para "pasar página". Por cierto, el médico fue "tapado" por otros y el historial de mi madre que hubiera servido para denunciar al doctor también desapareció. Tras esta operación, la vaciaron y así con más de cuarenta años comenzaron a remitir las jaquecas... Hay mucho más pero no quiero asustaros. Cualquiera de nosotros, no aguantaría ni un milímetro, ni un segundo de lo que ella sufrió, pero ¡tendríais que haberla conocido! Ay, mi madre... Ella era especial. Daba ánimos a los demás. No se quejó nunca. Le dijeron que al nacer llevaba la placenta como una capa de superheroína, que eso era de personas especiales. ¡Y lo fue!
Creedme si os digo que el mundo es mucho peor sin ella, que aunque no lo hayáis percibido, falta oxígeno en el aire, las flores no huelen tan poderosamente y hasta la luna brilla un poco menos cuando está llena.
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