¿Y quién va a creer esta historia? Mi abuela no sabía leer ni escribir, ni falta que le hizo. Durante años mantuvo correspondencia con mi abuelo, exiliado nómada, sin que ni una sola de aquellas cartas despertara nunca el recelo de las autoridades franquistas. Cada día un sobre, y dentro un pequeño trozo de papel de periódico, o lo que tuviera a mano, estampado con un beso. Siempre fue coqueta mi abuela. Siempre con sus labios pintados. Para salir a la calle o a misa eran rosa pálido, marrón claro, pero en casa, delante de su pequeño espejo, los carmines se volvían de los tonos más rojos.
Su hermana menor se ofrecía de escribana, para hacer de intermediaria entre ella y su querido Andrés, pero mi abuela nunca aceptó. Decía que las palabras no le habían traído nada bueno a su vida, y prefería los besos, muchos besos. Cada día un beso para su amor. Mi tía ponía el remite, y mi abuela el contenido. Labios rojos unos días, rosas otros, medios labios, o labios imperceptibles viajaban por media Europa para llegar al corazón de Andrés. ¿Y quién va a creer que aquellos inocentes besos eran un código secreto para avisar a mi abuelo Andrés del peligro de volver a casa? Ella le salvó la vida con besos, él se los devolvió uno por uno a su regreso.
Su hermana menor se ofrecía de escribana, para hacer de intermediaria entre ella y su querido Andrés, pero mi abuela nunca aceptó. Decía que las palabras no le habían traído nada bueno a su vida, y prefería los besos, muchos besos. Cada día un beso para su amor. Mi tía ponía el remite, y mi abuela el contenido. Labios rojos unos días, rosas otros, medios labios, o labios imperceptibles viajaban por media Europa para llegar al corazón de Andrés. ¿Y quién va a creer que aquellos inocentes besos eran un código secreto para avisar a mi abuelo Andrés del peligro de volver a casa? Ella le salvó la vida con besos, él se los devolvió uno por uno a su regreso.