por Mariana Enríquez
Anagrama, 2019
672 páginas
Comencé a leerlo con ansia y totalmente absorta en la historia de estos padre e hijo, Juan y Gaspar, que parecen estar huyendo de los zarpazos de la dictadura argentina; pero me encontré con una enrevesada novela de magia y oscuridad. La primera parte es una suerte de road trip que disfruté muchísimo, máxime cuando ambos transitan por el norte del país, y visitan las cataratas de Iguazú. Aún saboreé más la forma en que la escritora deja entrever que detrás de esa escapada hay algo más; algo extraño que, como lectora, estás deseosa por descubrir. Percibes poco a poco que el comportamiento del padre no es el de un padre protector al uso, aunque perdonas sus desmanes por el dolor que le supones tras enviudar y la dolencia que poco a poco parece agravarse. Cuando descubres qué pasa realmente, -no voy a fastidiarte el relato, lo prometo-, es algo tan -como decirlo, flipante, alucinante, impensable,...- inesperado, que sigues la lectura casi noqueada, como en trance. Empiezas ahí una novela nueva, conocedora del secreto y testigo de sus consecuencias.
Padre e hijo tienen una relación compleja entre ellos y en el caso del patriarca, con el "mundo"; lo que les acontece es abrumador, sobrenatural. Entre mis peros a este libro -premio Herralde de novela 2019- estaría su extensión, más de 650 páginas que en mi caso ralentizan el devenir de los acontecimientos, o narra pasajes que pueden distraer de la parte troncal de la historia. En una parte del libro, es la mujer y madre del niño la que cuenta su parte de las vivencias, lo que permite conocer la verdadera dimensión de la historia a lo largo de generaciones. #01 #2025
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